miércoles, 6 de agosto de 2008

X INDARREZ (POR LA FUERZA)

En el 83 a todos se nos había cambiado el semblante. Putre y Txus acabaron quemadísimos de la experiencia hostelera. Los demás, se supone que estábamos en el
paraíso soñado durante tantos meses de guardias: de nuevo la vida boba de universidad
y bares, de comida casera y cena recalentada por la amatxu a las mil de la
noche.
Ya no habría más dianas, ni guardias, ni arrestos y podríamos dedicar todo el
tiempo del mundo a terminar los estudios y a robustecer nuestro proyecto adolescente.
Pero ya no éramos los mismos. El paso por los cuarteles había agriado nuestros
caracteres y nuestro modo de juzgar el mundo. Afortunadamente podíamos
seguir soñando, lo teníamos a huevo. La suerte, la inmensa suerte de estar en el
sitio preciso en el momento adecuado, quiso que aquel documental de Imanol
Uribe, entonces apenas conocido por las películas “La Fuga de Segovia” y “El Juicio
de Burgos” nos mantuviera vivos e incluso, un poco más reputados. El “Ikuska 13”
se presentó en el festival de cortos de Bilbao y casi me da un pasmo cuando lo vi.
Nos hicieron unas tomas en Sestao, en unas escalinatas al borde de la ría y la cámara
estaba tan lejos que me puse a gesticular a lo Ian Dury, confiado en que, en la distancia,
apenas se apreciarían los detalles. Cuando vi aquel primer plano de mi careto
haciendo muecas oligofrénicas ante las carcajadas de todo el cine me quedé de
piedra. Sin embargo, el mensaje que emanaba aquel cortometraje no nos dejaba en
mal lugar. Mi humilde persona aparecía opinando sobre la música vasca y su porvenir
entre Amaia Zubiria, Imanol, Ruper Ordorika y Natxo de Felipe. Mi euskara
aún era torpe pero tampoco podía ser de otra forma viniendo de donde venía. El
reportaje se abría con nuestro potente clip, grabado en el entorno de la ría y en las
imponentes instalaciones del superpuerto y concluía con otro de Mikel Laboa filmado
desde un helicóptero. Eramos, de alguna forma, los representantes de los
nuevos aires que se avecinaban. Aquel corto tuvo una difusión inusitada. La ETB
(Televisión Vasca), recién estrenada, carecía de material para llenar una programación completa y los “Ikuskas” eran emitidos constantemente para realizar pruebas.Por si fuera poco, una de las películas más taquilleras que ha dado el cine vasco “La Muerte de Mikel”, incluyó también ese trabajo como previo. Entonces sí que pude observar caras de admiración entre algunos de los que nos habían despreciado.
Pero como decía, nosotros ya no éramos los mismos. Entrados ya en los veintitantos
deseábamos dejar de una vez la sopa boba y el grupo no daba para tanto.
Peor era el caso de Txus, con familia que alimentar y viviendo en casa de sus suegros.
Nos planteamos el intentar vivir de la música, pedir un crédito con ayuda de
los padres y “lanzarnos a la piscina” sin saber si tendría agua. Era un momento
decisivo y he de reconocer que yo fui el menos entusiasta. Lo cierto era que las
comisiones de fiestas aún no apostaban claramente por los conciertos de rock local
y yo me veía dejándome los cuernos por cuatro duros en concientuchos de mierda
o haciendo verbenas para pagar las deudas. No gracias. Me parecía más realista trabajar
a fondo en el primer elepé y esperar los resultados. Lo que sí conseguimos en
aquel periodo fue un local digno en pleno centro de Santurtzi y el instrumental
mínimo para ir tirando. En aquellos días se fraguó la canción “Hau da Amaituko”
(“Esto se va a acabar”), consecuencia de los viajes en tren a Bilbao para buscar trabajo con algún anuncio recortado del periódico en el bolsillo. Muchos jóvenes de
mi generación, frutos del baby-boom de los sesenta hacíamos cola durante horas
para escuchar aquello de “muchas gracias, si nos interesa le llamaremos”.
Ernesto, Laiki y yo también conocimos la experiencia de ser estafados de mala
manera. Un tal “Señor Ordóñez” nos embaucó para participar en un gran proyecto:
la primera guía del ocio de Euskadi. Nosotros haríamos artículos y conseguiríamos
anunciantes. Así estuvimos durante meses, convenciendo a restaurantes y
librerías, tiendas de deportes y “puti-clubs”, esperando a dueños que no estaban y
aguantando desplantes a tutiplén. La guía se llegó a publicar, pero cuando llegó el
momento de cobrar, el muy hijoputa se había largado con la pasta. Años después
aluciné cuando leí en la prensa que el mismo tipo estaba acusado del asesinato de
su novia en Irun. Por cierto, no encontraron pruebas y salió de nuevo por patas.
En aquellos días, las instituciones vascas surgidas del Estatuto empezaban a
Indarrez/96 arrez/Por la fuerza
dejarse notar. En uno de mis viajes a Bilbao me llamó la atención una noticia:
“Mikel Lejarza nombrado director de Radio Euskadi”. A Lejarza solía oírle en Radio
Popular donde llevaba un pequeño espacio musical, pero sobre todo solía leerle en
“Muskaria”, donde compartíamos espacios. Que un tío de 27 años, cuya vida cotidiana
no me andaba muy lejos fuera director de algo importante me resultó sorprendente
y más en alguien que no me cuadraba en el perfil político gobernante.
No pasaron ni dos días cuando recibí una llamada: “hola ¿Roberto Moso?, mira soy
Mikel Lejarza, que quería hablar contigo, es que estamos buscando gente para
hacer un programa de música...”. Así que eso era posible. Con la carrera aún por
terminar cabía la posibilidad de que alguien te ofreciera un curro así, sin salir de
casa. Desde la primera conversación Lejarza me dejó claro que estaba dudoso entre
Pablo Cabeza y yo con lo cual, por unos instantes, sentí mi gozo en un pozo. Pablo
era ya un tío baqueteado en las ondas (yo apenas había hecho algunas incursiones
en emisoras locales) y poseía una discografía variada y nutrida ¿qué coño podía
ofrecer yo? Acojonado en aquel despacho con ikurriña aterciopelada y todo, sólo
se me ocurrió farfullar algo que sentía de verdad: “tengo muchas ganas de trabajar”.
Hubo suerte. Pablo Cabeza fue contratado para llevar un programa nocturno
de lunes a viernes –llamado con el tiempo a convertirse en un clásico– y a mí me
contrataron para los fines de semana. De alguna forma me acabé convirtiendo en
juez y parte de la incipiente movida musical euskaldun. Allí entrevisté a Josu
Eskorbuto, a Hertzainak, a Kike Turmix (antes de volar a Madrid), a M-ak, a
La Polla Records... mi único criterio era que por una razón u otra pasaran por
Bilbao, donde se ubica la emisora. Mi situación, pasó así a ser equívoca. Cuando
alguno de los invitados, movidos por la libertad de expresión y la pura espontaneidad
empezaban a desparramar y a cagarse en lo más barrido, a mí se me encendía
la luz roja. No estaba en “Onda 3 Portugalete”, donde no me pagaban un duro
–y encima me echaron– sino en la emisora pública vasca, donde me habían ofrecido
el primer contrato de mi vida. Hubo momentos tensos y recibí algún toque de
atención, pero en aquella delicada etapa conseguí mantener el tipo.
A poco de mi entrada en la radio, nos propusieron tocar en la cárcel de Basauri.
Allí practiqué de nuevo la “Robertofrenia”: antes de comenzar el show estuve
entrevistando presos –a los que al final tuve que regalarles la grabadora– para confeccionar
un reportaje de radio. Fue un día amargo. Había demasiados conocidos
allí dentro, muchos de ellos del barrio o de la escuela, todos heroinómanos que
habían dado algún palo, la verdad es que la mayoría pasaba bastante del festival y
lo comprendo, no debe apetecer mucho bailar en una situación tan deprimente y
ante el funcionario que te controla con cara de bulldog.
Actuamos para una masa escéptica y distante. Años después repetimos experiencia
en el penal de Martutene y el entusiasmo era similar, aunque al menos
hubo buen “toma y daca” verbal entre canción y canción. En esa ocasión la actuación
fue en el comedor del centro y los presos estaban sentados –más bien tirados–
entre las mesas. En un momento de “impasse” se me ocurrió preguntar “¿Hay
alguien aquí de Martutene? Y un cachondo mental me contestó con cara de aburrido:
“Aquí somos todos de Martutene”. Aquel día se hallaban entre los internos
Iñaki Pikabea y Joseba Sarrionaindia, que pocos meses después se escaparon de la
cárcel precisamente en los bafles de otro recital, esta vez del cantante Imanol.
Desde entonces se acabaron los shows carcelarios.
Tras la triste jornada de la cárcel fuimos a quitarnos el mal sabor de boca a las
fiestas de Bilbao y en la txozna de “Radio Kalaña” (Ipurbeltzak) que nunca emitió
pero dio más guerra que ninguna otra emisora, vimos la actuación de unos vitorianos
increíbles: Cicatriz en la Matriz, entonces un combo mixto con vocación
de Rezillos. Poco sospechábamos entonces que aquella alocada cuadrilla se
reconvertiría en Cicatriz (o los “Zika”) una de las más potentes bandas de cuantas
surgieron entonces y sin duda, la del mejor directo.
Al día siguiente llovió a rabiar, llovió como si nunca hubiera llovido en Bilbao y
la ría se convirtió por unas horas en un torrente devastador. En poco tiempo se
pasó de la fiesta a la depresión. Bilbao –y una larga lista de pueblos– tardaron en
recobrarse del trauma de la “gota fría”.
Tampoco nosotros estábamos del todo repuestos del nuestro. La grabación de
un nuevo single en los estudios Tsunami de Donosti, evidenció nuestras carencias.
Llevábamos más de un año sin meter horas en serio y era como si nos hubiéramos
oxidado. Josean el técnico se desesperaba y los temas no acababan de funcionar.
Esta vez no teníamos refuerzos, lo cual nos dejaba aún más en evidencia. Cuando
llegó mi turno se confirmó lo que ya intuía en los ensayos. Tantos meses de fumeteo
sin control me habían dejado la garganta rota y la canción “Gasteizko Gaua”
exigía subir hasta el límite de mis posibilidades. Alguien dirá y con razón: “si las
canciones eran vuestras, ¿por qué no meter la voz en tonos más acordes a las posibilidades
reales del cantante?”. Es pura lógica, ya lo sé, pero he de decir en mi descargo,
que las primeras melodías de voz se compusieron sin equipo de voces.
Aquel micro eclesiástico enchufado a un amplificador de guitarra sólo servía para
destrozarnos los tímpanos con pitidos apocalípticos. Para poder escucharme, la
tendencia instintiva era cantar en un tono más y más elevado. Desgraciadamente
yo no tenía la potencia pulmonar de Bon Scott y tampoco cuidaba la voz. Eso me
trajo muchos problemas hasta que ya en el tercer disco (“Dena Ongi Dabil”, mi
favorito) descubrí mi faceta “grave”.
Pero aquel desgraciado día fui incapaz de grabar la canción completa y tras una
noche de miel y limón conseguimos rematar el maldito tema. “Gasteizko Gaua”
(“Noche de Gasteiz”) sonó lo suyo en las F.M. y se convirtió en una especie de
“himno”. Es un homenaje a los cinco obreros en huelga asesinados el 3 de marzo
del 76 en Vitoria-Gasteiz. Las numerosas cintas piratas que rularon con las conversaciones de la policía, captadas por radioaficionados, demuestran a las claras
que se trató de una matanza premeditada y absurda por la que nunca se castigó –ni
siquiera se juzgó– a nadie. Es más, el ministro de gobernación en funciones que
tomó aquella decisión, Manuel Fraga Iribarne, es en el momento de escribirse
estas líneas, flamante presidente autonómico gallego.
Desde el mismo día de la grabación, el tema se convirtió en una especie de tormento
para mí. Cuando me acercaba a la lista con el orden de las canciones y me
encontraba de pronto con esas dos palabras, la actuación se me caía encima. Me
venía de pronto la imagen del brigada de la banda tartajeando aquello de: “Pa-para
to-tocar la-la tu-turuta hay que apre-pre-tar bien los hue-huevos”. Es por ello que
“Gasteizko Gaua” fue siempre una de las primeras que interpretábamos.
Así que llegó el momento de hacer todo un álbum. Llevábamos ya mucho tiempo
siendo “la gran promesa de la Margen Izquierda”, llenando páginas y espacios
de radio, ya era hora de ofrecer un verdadero trabajo de presentación, más allá de
retazos sueltos. El primer intento lo hicimos en los recién inaugurados estudios
“Pan-Pot” de Iñaki Bilbao. Un error. Iñaki no tenía todavía rodaje suficiente y los
estudios dejaban mucho que desear. Tampoco nosotros estábamos muy finos.
Oskar Amezaga, jefe del sello Discos Suicidas, nos insistía en buscar algún productor
de sonido pero no conocíamos a nadie, de hecho ni siquiera sabíamos muy
bien a qué se dedicaba en concreto tal figura.
El destino, el caprichoso e impredecible destino puso entonces en nuestro camino
un concierto de Alaska y Dinarama en Trapagaran. Yo podría haber tenido
un accidente en el camino hacia el concierto, podría haber caído un meteorito que
destrozara el escenario impidiendo su celebración... vamos que podría haber tenido
suerte, pero no, allí me encontré con el que sería el productor de nuestro primer
álbum: Angel Altolagirre. Angel tocaba la guitarra con Alaska y en aquellos
días acababa de concluir la producción del primer elepé de los Gabinete
Caligari. Nosotros le conocíamos de antes. El había sido guitarra de los
Negativo y llevaba la mesa de mezclas en aquel bendito concurso de Itziar. En mi
faceta de recién estrenado reportero radiofónico, me metí en los camerinos instalados
en unas escuelas públicas para entrevistar a la banda. Alaska estuvo encantadora,
aunque por alguna razón la encontré triste aquel día. Angel me introdujo
en la furgoneta para enseñarme su recién terminado trabajo con los Caligari y la
verdad es que me sonó a gloria bendita. Insistí a Oskar Amezaga para que lo ficha
ra de productor y aquel fue el primero y último que tuvimos en toda nuestra carrera,
si exceptuamos nuestro último trabajo, “Binilo Bala” (“Bala de Vinilo”), que lo
produjo Tontxu, ya para entonces nuestro “lead-guitar”.
El nuevo intento de grabar nuestro primer elepé, esta vez en Donosti, fue otro
desastre. Desde el principio Angel se erigió en director de todo el proceso y las tensiones fueron constantes. Una de sus primeras preguntas fue “¿quién ha compuesto
los temas?” No se creyó la respuesta: “todos”. La verdad es que pocos grupos
conozco en los que todos los miembros de la banda firmen las canciones pero
esa era la realidad. La idea motriz partía de uno pero después todos añadíamos lo
que buenamente podíamos. Lo de “todos” no era una pose, era la cruda realidad. A
él le parecía simplemente un síntoma de inutilidad. Era evidente que nuestras canciones no le convencían y su empeño constante fue hacerlas irreconocibles.
Para entonces yo ya había sacado las oposiciones y era trabajador fijo de “Radio
Euskadi”, con lo cual no pude seguir de cerca toda la grabación. Angel nos exigía
una seriedad y una responsabilidad de las que él carecía. Una de las condiciones
era que no estuviera nadie presente en las mezclas excepto el técnico del estudio y
él. Cuando llegó el día, él estaba con un mono insoportable y tal se diría que contagió también a la propia grabación. No, no se puede decir que “Indarrez” (“Por la
fuerza”) fuera un mal disco, pero desde luego no tenía mucho que ver con nuestro
sonido en directo. Los comentarios generales hablaban de sonido “garaje” y algo
de eso había. Lo cierto es que nosotros teníamos la paciencia agotada y Oskar
Amezaga de Discos Suicidas había fundido todos sus ahorros para publicar
demasiado tarde un disco más bien extraño. Lo más salvable de aquella sesión fueron
el “Gasteizko Gaua”, “Edan Ase Arte” “Goazen Borrokara” e “Itxoiten”. Por
alguna razón que nunca nos explicó, dejó fuera una de mis favoritas “Soinu
Krudelak”, que después logramos salvar para incluirla en el mini-elepé que hicimos
con Antonio Curiel: ”Altos Hornos de Bizkaia”, ya en el 85.
La salida al mercado de nuestro tortuoso trabajo coincidió con dos bombazos
extraordinarios: los primeros discos de La Polla Records y Hertzainak, este
último nos afectaba especialmente, ya que habíamos compartido muchos escenarios
y nuestras ofertas, dejando a un lado matices estilísticos, estaban dirigidas a
un público similar.
Aquel disco-estreno de Hertzainak era sencillamente demoledor. En una
maketa previa ya habían dejado constancia de sus intenciones pero se notaba que
Gari era un recién llegado a un proyecto que no era el suyo. En el primer elepé en
cambio, Hertzainak emanaban unas ganas locas de contar al mundo su película.
No había un corte malo. “Si Vis Pacem Para Bellum” es lo que quería ser nuestro
“Agur Betirako” pero mucho más redondo. “Ezer Ez Da Berdin” con Ruper
Ordorika poniendo el contrapunto vocal es una joya de coleccionista con unos versos
que encendían toda una mecha: “Euskadin rock & rollak ez du inoiz dirurik
emanen, inoiz baino alaiago izanen da” (“En Euskadi el rock & roll nunca dará
dinero, será mas divertido que en ninguna parte”) “Arraultz Bat Pinu Batean”, con
letra del ahora afamado actor Karra Elejalde y colaboración de Natxo Cicatriz lo
tiene todo... para qué seguir. Yo escuchaba el disco de Hertzainak y me identificaba
con Salieri en la película “Amadeus”. Ellos tenían un euskara más castizo,
eran más modernos, más callejeros, más divertidos, más músicos... hasta más
atrevidos: en “Drogak AEKn” proclamaban la necesidad de ponerse ciegos en clases
de euskara para no ver a los “baskos” ¡tócate los huevos! Un orgullo tribal comprensible pero absurdo llevaba a mi banda a negar la evidencia.
Yo no era tan ciego. A partir de entonces hubo que ponerse las pilas en todos los
terrenos y muy especialmente en uno: el directo. Hertzainak conoció un éxito
con el que ni ellos mismos contaban. De pronto sonaban en todos los bares, en
todas las emisoras y todo el mundo les llamaba para tocar. Gari, que en el fondo era
un chico tímido, lo llevaba fatal. No sabía como reaccionar ante las muestras de
admiración y tendía a ponerse violento y desagradable. Después de muchos conciertos
en los que compartíamos todo de igual a igual y el orden de actuación se
establecía poniéndonos de acuerdo sin más, tuvimos que tragarnos el sapo de ver
carteles en los que Hertzainak aparecía en letras grandes y nosotros éramos reseñados
en un tamaño menor. El clima de camaradería y “buen rollito” que habíamos
llevado hasta entonces fue derivando en una rivalidad a cara de perro más o menos
disimulada.
Hoy en día, cuando ya todo aquello va quedando lejos, tanto ellos como nosotros
reconocemos que el pique nos hizo ser mejores. Hertzainak contó siempre
con la ventaja de haber arrastrado miles de fans con su primer rotundo trabajo
pero nosotros nunca fuimos profesionales y no nos pesaba tanto la responsabilidad.
Por eso, cuando subíamos al escenario lo hacíamos con más “hambre” que
ellos. Zarama era una diversión privilegiada de fin de semana, el refugio donde
nos evadíamos de los problemas del día a día. Hertzainak era una pequeña
empresa y sus miembros se veían las caras todos los días. Salvo raras excepciones,
en directo la gente acababa pasándolo mejor con nosotros y eso les sacaba de quicio.
También es cierto que ellos trataban de ser puntuales, serios, operativos, profesionales
y nosotros siempre fuimos un puto desastre. Pero nuestra mayor diferencia
era –permitidme la fantasmada– de carácter “filosófico”. En cierta ocasión,
al principio de los tiempos, Josu Zabala, líder fundador, vino a uno de nuestros
ensayos y se quedó pasmado: “¿Tomáis las decisiones en plan asambleario?, no me
jodas, un grupo debe ser ante todo operativo”. Es verdad, ellos empezaron siendo
mucho más operativos, pero nosotros acabamos siendo mucho más amigos y eso
en la práctica se traduce en operatividad. Dar importancia en exceso a la “operatividad”
puede derivar en aquello de “vender el coche para comprar gasolina”. Es
probable que ellos tengan otra versión, pero hacedme caso, esta es la buena.

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