miércoles, 6 de agosto de 2008

VIII 1982 "SOLDADO DESCONOCIDO"


1982 puede ser un buen punto de referencia para hablar de cambios significativos
en el panorama musical vasco y fue, desde luego, un auténtico año de rupturas
para nosotros. Agito la agonizante neurona.
El chapucero “tejerazo”, el 23 de febrero del 81, ayudó a deshinchar muchas de
las ilusiones alimentadas tras la muerte de Franco y contribuyó a extender el lema:
“virgencita, virgencita, que me quede como estoy”. El 82 es el año de la LOAPA, un
serio intento por parte de la UCD, entonces en el poder, para recortar lo que en sectores nostálgicos se consideraba como “excesos” en el desarrollo autonómico. Es
también uno de los años con mayor número de atentados en la historia de ETA
–entonces con dos ramas en activo–. Las extradiciones desde Francia por el procedimiento de urgencia y el surgimiento del GAL (escuadrones de la muerte cuyo
primer atentado fue en diciembre del 83), todavía están por llegar.
En el plano internacional la llamada “guerra fría” se muestra más caliente que
nunca. Hay numerosos focos de tensión por todo el planeta y en la práctica totalidad,
los Estados Unidos y la Unión Soviética apoyan bandos enfrentados. La prensa
habla de la “guerra de las galaxias”, un alucinógeno plan, impulsado directamente
por el presidente norteamericano Ronald Reagan, por el cual su país sería
capaz de interceptar un ataque de misiles soviéticos en el momento mismo de pro-
ducirse. Por su parte, el emporio burocrático de Moscú, se muestra imperturbable.
La gerontocracia sigue funcionando con una aparente fe inamovible en los principios
“científicos” del marxismo-leninismo que han de liberar al mundo, mientras
el imperio rojo, carcomido por la corrupción generalizada, avanza decidido hacia
el colapso. Estamos en plena era Brezhnev. La intervención soviética en Afganistán
provocó, en 1980, el boicot de USA y su órbita a los juegos olímpicos de Moscú. La
devaluación de las futuras olimpiadas de Los Angeles, está cantada. Ante la manifiesta incapacidad para resolver problemas internos, los gobernantes de ambos
imperios, venden cruzadas sin resolver en distintos puntos del globo. Los respectivos
servicios de –supuesta– inteligencia trabajan sin descanso y con toda la alegría
presupuestaria del mundo para derrocar gobiernos y eliminar oposiciones de
la forma más secreta e impune posible. La euforia inicial vivida en Nicaragua, tras
el triunfo del Frente Sandinista sobre las tropas leales al dictador Somoza, se verá
pronto empañada por el apoyo que Washington brindará a “la contra”, antiguos
miembros del ejército de Somoza dispuestos a impedir que su país se convierta en
un estado marxista”.
Las increíbles transformaciones que pudimos contemplar en el atlas universal
pocos años después, eran impensables incluso para los sesudos pensadores profesionales.
Las fronteras parecían inamovibles y los escasos cambios de sistema
político, dejaban siempre entrever los intereses de alguna de las dos superpotencias.
A menudo (Chile, Afganistán, Grenada...) se resolvían por la vía militar. Los
aires de distensión que habían caracterizado a la soñadora década de los sesenta,
fueron pudriéndose durante los setenta. Al comienzo de los ochenta no había
quien aguantara la peste.
Sin embargo, en el Estado Español del Reino de España, la palabra “cambio”,
todavía despierta esperanzas. El 28 de octubre del 82 el PSOE consigue la mayoría
absoluta y es también el partido que más diputados logra en Euskal Herria y lo
hace precisamente bajo el lema: “por el cambio”. Una victoria socialista, que ahora
puede parecer normal, no lo era tanto entonces. La propia ETA (pm) VIII
Asamblea, anunció a pocas fechas de las elecciones que se plantearía una tregua en
caso de triunfo socialista, algo que no veía probable ya que “los poderes fácticos no
consentirán un gobierno de izquierdas”. El caballo de batalla del partido ganador
fue la promesa de 800.000 puestos de trabajo. El partido que mandaba entonces, la
desaparecida UCD, ofrecía en cambio una imagen dividida y cansina, con un presidente,
Leopoldo Calvo Sotelo, que nos miraba desde la televisión pidiendo perdón
por atreverse a tanto. Quedaba inaugurada la era de la postmodernidad, sin
necesidad siquiera de haber pasado la modernidad.
También en los países vascos se consolidan algunas tendencias que marcarán la
vida de los próximos años. La Comunidad Foral Navarra y la Comunidad
Autónoma Vasca establecen instituciones por separado. El Partido Socialista es
fuerte en ambas autonomías. En la CAV (que no es la Caja de Ahorros Vizcaína) disputa
la mayoría con el hegemónico PNV mientras en la Comunidad Foral lo hace
con UPN. Otros partidos como Euskadiko Ezkerra o Alianza Popular –más tarde
Partido Popular (PP)– tienen cierto respaldo y Herri Batasuna, consolidada como
fuerza pujante en los cuatro territorios, es la única que no acepta la nueva situación y apuesta por lo que entonces denominan “ruptura democrática”.
El 82 es también la continuación de un espejismo deportivo que traerá cuatro
campeonatos de liga consecutivos a Euskadi, dos para la Real Sociedad de Alberto
Ormaetxea y dos para el Athletic de Bilbao de Javier Clemente. Es el año del triunfo
de Marino Lejarreta en la Vuelta Ciclista a España y el punto de partida para
importantes pilares del Estatuto de Autonomía como EITB (Radio televisión vasca)
o la Ertzantza.
Un año antes, en el 81, se celebra en Anoeta uno de esos conciertos que se salen
de la norma. Ni más ni menos que The Clash, supervivientes brillantes de la primera
y más efervescente oleada punkera. La banda llega a Euskadi en su momento
más dulce de popularidad y ventas. El triple álbum “Sandinista”, con “The
Magnificent Seven” a la cabeza, tiene la curiosa virtud de introducirles en las discotecas y FMs sin hacerles perder ni un ápice de su aureola de “rojos” y rebeldes.
Entre las tribus mezcladas para la ocasión, pueden apreciarse numerosos punkys
reglamentarios, modernos “londinenses”, rockeros variopintos y también abundante
iconografía abertzale. Se trata posiblemente, de la primera ocasión relevante
en la que se mezclan públicamente el txistu, la ikurriña, el punk y las consignas
incendiarias. Strummer y compañía prepararon un show en sintonía con lo que
ellos suponían de los vascos y mezclaron elementos que hasta entonces sólo se
habían visto por separado y no parecían casar demasiado bien. Miembros de casi
todas las bandas que después sonarían en Euskadi estuvieron allí aquel día.
Pero aquello fue poco más que un espejismo. Los propios miembros de The
Clash demostraban en rueda de prensa, tener una idea bastante confusa y superficial
de lo que se cocía por aquí. Rockeros y radicales danzan con distintos sones
y en el diario “Egin” se produce una surrealista polémica sobre si el rock es o no un
instrumento más de la colonización cultural yankee. Nosotros, por cierto, participamos
de forma entusiasta.
Si tomamos como referencia la revista “Muskaria” en su número de Febrero-
Marzo del 82, los “mejores del año 81”, según la votación de los lectores, son los que
siguen:
1982. Soldado 78 ado desconocido
Mejor LP: “Altabizkar” (Benito Lertxundi)
Mejor grupo de rock de Euskadi: Itoiz
Mejor grupo o solista de Euskadi en directo: Itoiz
Mejor grupo de folk: Oskorri
Mejor voz euskaldun: Itziar
Mejor concierto internacional: Genesis (el de The Clash aparece el quinto)
Mejor elepé internacional: “The River” (Bruce Springsteen)
Mejor grupo de rock internacional: Rolling Stones
Como se ve, distorsiones y rock más o menos sucio apenas se dejan notar. La
peña apuesta por los nombres conocidos y en general por los sonidos “puros”.
Niko Etxart y Zarama asoman de vez en cuando y tanto el punk como el heavy
autóctonos están todavía en las catacumbas.
Para “los mejores del 82” apenas se observan cambios en los puestos de cabeza
con respecto al 81. Itoiz se lleva el mejor elepé, el mejor grupo en directo, la mejor
banda de rock y la mejor voz. Zarama ganamos en la nueva sección “mejor single”
con “Nahiko”, los Rolling Stones y Oskorri repiten. Leño son los más
votados como grupo “estatal” y los Dire Straits con “Love over Gold” se llevan el
“mejor álbum internacional”. En aquel año 82 el “Nere Herriko Neskatxa Maite” de
Benito Lertxundi marcaba el gusto mayoritario del consumidor musical euskaldun,
sin embargo de un año para otro, ya se van viendo algunos síntomas de
“endurecimiento”: Eskorbuto entran en dos clasificaciones –mejor grupo en
directo y mejor grupo de rock– y varios discos publicados por sellos independientes
se encuentran entre los más apoyados: Motos, Puskarra, Derribos Arias,
Los Santos, Napoleón, etc.
Es precisamente durante el 82 cuando va cobrando fuerza el surgimiento de
sellos discográficos independientes. Hay una nueva generación con ganas de
tomar el protagonismo y repetir alguno de los fenómenos alternativos europeos de
los que tanto se hablaba –fancines, ocupaciones, radios libres etc.–. La semilla del
77 empieza a dar otro brote y Euskal Herria, que vive momentos de agitación política
y social, es terreno propicio para la identificación con la mala hostia punkeroalternativa.
Dejando a un lado las votaciones, para este año del 82 ya están dando sus primeros
pasos algunos futuros monstruos locales. En el número de enero-febrero
del 83, el mismo donde se publica la primera lista citada, se habla de la presencia
de Ramoncín en Iruñea para colaborar en el primer disco de unos tales
Barricada, que aparecen en la foto serios, greñudos y mirando desafiantes. La
sección de noticias cortas está presidida por una caótica foto de La Polla
Records posando en un bar de Gasteiz con aspecto de compadres que lo pasan de
puta madre juntos. En este mismo apartado se puede leer esta curiosa y premonitoria
crónica que reproduzco tal como se publicó: A los pocos días de estrenarse el
año, actuaron por primera vez los punkys vitorianos Cicatriz en la Matriz.
Tocaron en el bar “El Desván”, con el equipo de Hertzainak. Sonaron canciones
como “Botes de Humo”,”La Tía Julia”, etc., con unas letras divertidas y pasadas de
rosca. También versionearon a Siniestro Total. Cicatriz en la Matriz tienen
dos voces de ambos sexos Poti y Natxo, al bajo MANOLO y a la guitarra “El
Pesadillas”. Se rumorea, que debido a su estado, ensayan en el psiquiátrico de “Las
Nieves”. De la actuación, Josu de Hertzainak declaró: “me divertí un montón”.
También puede verse en otra página a Rokan el largo y enérgico vocero de los
bilbainísimos M.C.D. asomando desafiante entre los mecano tubos del escenario
de “La Jaula” en Bilbo y varias reseñas de conciertos repletas de “susedidos”, como
ésta titulada –agárrate– “Peleas en Conciertos de Punk”:
En los tres últimos festivales punkys llevados a cabo en el Gran Bilbao ha habido broncas y peleas.
En “La Jaula”, los seguidores de R.I.P. y Cirrosis pusieron en tensión a toda la
sala entre golpes, cascos rotos y caos continuo, como los primeros tiempos del
punk británico. Por otra parte, la anárkika actuación de R.I.P., se recordará por
mucho tiempo en la zona. En las fiestas del barrio de San Vicente de Barakaldo, se
celebraron dos festivales. El primero en el Colegio Monte Cabras al aire libre y con
la participación de FU3, Las Vulpess, Corrupción y La UVI de Madrid, al final
se apuntaron los de R.I.P. (también estuvieron los de Hertzainak intentando
subir al escenario). Un frío helador y un equipo que no había manera de hacerlo
sonar y eso que estaba alquilado, ni más ni menos que por 120.000 pts. (...). El
segundo fue en el Colegio de Minas, también nos tuvieron al aire libre, aguantando
el duro frío invernal que padecemos éste año. Mal sonido. Después de que
actuaran M.C.D., Basura, Eskorbuto y R.I.P., a los organizadores se les ocurrió
meter en cartel también a Tupés, de “rockabilly”. Por tal motivo no les dejaron
actuar y hubo pelea entre los “teddys” y los punkys de Barakaldo. Al final sólo
quedó un triste gato.

Es también, en este número de enero-febrero del año 83 cuando se publica el primer
reportaje monográfico sobre fancines y para completar el pastel, se comenta
con elogios el primer sorpresivo álbum de un oñatiarra de aspecto tímido, llamado
Ruper Ordorika, “Hautsi da Anphora” donde los “bertso zaharrak” se dan la
mano con Lou Reed. Se dedican dos páginas de incendiario diseño al estallido
punk gipuzkoano, un trabajo de Javi Destruye que repasa textos de R.I.P.,
Cirrosis, Nazka, Pabellón Negro (de la zona de Arrasate), Optalidón (Egia)
y Basura (Errenteria). Tras la contundencia de un montón de textos repletos de
odio al sistema e insultos al poder, el autor concluye: “Tenemos nuestra propia
prensa (“Destruye”, “Unica Alternativa”, “Brigada Criminal”). Tenemos nuestra
propia música. Tenemos nuestros grupos y dos nuevos en proyecto: Colza
(Errenteria) y Eskoria (Zarautz) Tenemos nuestros seguidores. Las letras de estos
grupos despiertan la conciencia de la gente (al menos de gente como yo). ¿Aún
sigues pensando que somos un simple uniforme? ¡No habrá en el mundo fuerza ni
persona capaz de tumbar al Punk!”.
Las cabezas pensantes de la revista “Muskaria”, así como los responsables de
suplementos “juveniles” en la prensa diaria como “Plaka Klik” de “Egin” o el pionero
“Devórame” del “Diario Vasco”, empiezan a interesarse en serio por el emergente
fenómeno. La mayoría de los grupos folkys y cantautores que hace sólo unos
años pasaban por subversivos, tratan de profesionalizarse y entrar en los nuevos
circuitos culturales subvencionados. La tendencia es comprensible, ya que
muchos de ellos llevan años actuando en favor de causas poco rentables y quemándose
por los fríos frontones de la tierra. Ahora que la guardia civil ya no
irrumpe en los festivales y que la ikurriña ha perdido toda su mágica aureola ilegal,
los protagonistas de aquellos eventos quedan desnudos de toda su parafernalia
extramusical. Sólo aquellos cuya calidad es capaz de vencer dicha circunstancia
superarán la borrasca. Otros muchos quedan en el recuerdo.
En el 82, los grupos que se adueñarán en los próximos años del gusto mayoritario
son aún perfectos desconocidos pero ya están funcionando a pequeña escala.
Son –somos– veinteañeros que alucinan al mismo tiempo con la explosión punkera
y con la agitada escena euskaldun.
Gracias a “Muskaria” y a programas de radio como “Alguien te está escuchando”
de Pablo Cabeza en “Radio Euskadi”, que comienza a emitir en el 83, nos vamos
enterando de que nuestra iniciativa no es tan original. Los barrios de aluvión surgidos a golpe de especulación allá por los sesenta son el mayor vivero de nuevos
grupos rockeros, los cinturones industriales de las capitales vascas y zonas como
Mondragón, Errenteria, Irun o Laudio.
En aquel mismo año 82 yo decidía anular mi prórroga estudiantil y sumergirme
en el “servicio militar obligatorio”. Retardarlo sólo habría servido para hacerlo más
inoportuno y probablemente, en algún lugar más remoto. Anular la prórroga me
garantizaba, tras el sorteo, hacer la mili –en principio– en Vitoria, para después
ser destinado a algún cuartel de la zona “norte”. Sí, podría haber objetado.
Entonces eran muy pocos los valientes pero el que lo hizo se libró de todo, de absolutamente todo, ya que pocos años después fueron amnistiados, mi amigo Laiki
por ejemplo. Claro que hay que tener un temple como el suyo para hacerlo sin
crear una úlcera sangrante, que sin duda habría sido mi caso. Otra vía relativamente
habitual para escapar era la de alegar enfermedades que no se tenían y luego
se simulaban: tragarse una bola de papel de aluminio para fingir una úlcera, tomar
no-se-qué pastillas que te producían un estado cercano a la demencia... yo no tenía
ni valor ni ganas para tentar la suerte de esa forma. Aguantaría un año como hacía
casi todo el mundo y punto.
Javi y Ernesto inauguraron la sesión. Txus se libró por ser padre de familia y
Putre porque tiene una pierna hecha polvo a consecuencia de un accidente infantil
con la bicicleta. Tanto Txus como Putre arrendaron una cafetería y se montaron
su propio “servicio militar”. Fue un año (más de catorce meses en realidad) muy
duro para todos.
Antes de ir, yo trataba de imaginar cómo sería eso de la mili y me veía a mí
mismo en un campamento gigante, corriendo y saltando con un fusil en los brazos.
La clave para no sufrir más de la cuenta estribaría en no llamar mucho la atención.
Lo que no sospechaba es que por encima de cualquier penuria física, la lección
que te da una situación como esa es mucho más triste: baja a niveles subterráneos
tu concepto de la humanidad. Lo peor no es que una cuadrilla de fascistas
peligrosos traten de convertirte en un puro número descerebrado, lo peor es comprobar
lo fácil que cuajan sus valores entre la tropa. Los soldados más aterrorizados
en los primeros meses son los que más y peores putadas harán a los nuevos en
la fase final. Yo mismo, que me consideraba inmune a algo así, me sorprendí reclamando mi condición de “veterano” en alguna patética ocasión. En el 82, el servicio militar era ya un tremendo anacronismo. Jóvenes ilusionados cercanos a la veintena,encerrados en un ensayo delirante donde aprendíamos cosas tan interesantes
como hacer guardia, limpiar coches, barrer patios enteros o fregar la vajilla de un
regimiento, todo en nombre de la patria y a toque de corneta. Eso sí, la bebida era
tentadoramente barata y las constantes y abundantes borracheras nunca eran un
pecado grave.
Sí, yo también tuve mis camaradas inolvidables y mis “historias de la puta
mili”, pero soy consciente del rollo insoportable que suelen resultar estos anecdotarios y me voy a abstener de contar pasadizos porque ya que has llegado hasta
aquí, no me gustaría que se te cayera el libro de entre las manos. Hay además un
Roberto de veintidós años que martillea mi conciencia con un mensaje de odio:
“Esto no lo debes olvidar nunca, ¡nunca!”. Ese Roberto, joven e indignado, está
hacinado junto con otros reclutas congelados en un camionarro destartalado que
avanza a duras penas por un camino embarrado. Llueve intensamente. Volvemos
de unas maniobras en Irati, en los Pirineos navarros y han muerto tres personas:
dos soldados y un sargento. Uno de los soldados era un recluta asustado que se
pegó un tiro, los otros dos murieron electrocutados al elevar una antena que tocó
con un cable de alta tensión. Si buscáis en los periódicos del año no encontrareis
nada en absoluto. Los cuarteles eran un mundo hermético.
Pero, si me permitís, la mili tenía algo positivo. Es difícil, yo diría que imposible
mimetizarse de verdad con ciertos niveles de humillación humana. Como muy
bien cantaban los Eskorbuto: “Los que trabajan se ríen de los parados y los que
están libres de los encarcelados”. Por mucho que nos hablen del hambre en el
mundo, de la situación de Liberia o Burkina Faso, por mucho incluso que nos acerquemos por allí con nuestra cámara de vídeo a pasar unos días, nada hace tan solidario como ponerse en la piel de otro. No pretendo comparar circunstancias, por
supuesto, me refiero al simple hecho de conocer otra “calidad” de vida. Al poco de
llegar, cuando todavía estaba vestido de calle y con mis melenas al viento, no puse
bien la postura de firmes y un alférez de complemento de Logroño (es decir, otro
pringao que estaba haciendo la mili) me soltó una hostia inopinada. Era algo que
no estaba en mi registro. Un desconocido de mi edad aproximada, disfrazado de
soldado, me daba un doloroso sopapo, que incluso me desplazó de mi sitio en la
fila, y todo porque no tenía las manos correctamente colocadas. A continuación,
además, se alejó mirándome desafiante durante unos segundos con malvada satisfacción.
No era la primera vez que me zurraban, antes ya había tenido alguna experiencia
al respecto, en algún encontronazo callejero, pero no había comparación
posible. Tampoco las pocas tortas que me dieron en la escuela se pueden equiparar.
Devolverle la hostia al gañán de turno con el que te peleas por la calle, es un
riesgo que tú mismo calibras y no hacerlo puede ser pura prudencia e incluso realismo.
Rebelarse contra el profesor de mano floja –especie extinguida según me
dicen– sólo estaba al alcance de míticos alumnos levantiscos que (¿casualidad?,
¿leyenda urbana?) nunca estaban en mi clase. Aquello fue distinto, mientras el
chulito de la estrella en la gorra se alejaba de mí, mi dolorido moflete me decía:
“Entérate Roberto, aquí pueden caerte sopapos simplemente porque estás aquí.
Ese absurdo espejismo de libertad que poseías, que en realidad te parecía escaso
(Dios mío, que relativo es todo) no era más que una de las muchas situaciones que
te pueden tocar en la vida. La Constitución, el Estatuto, las leyes... no valen para
nada entre estos muros. Bienvenido a la lógica militar”.
Mi servicio a la Patria empezó en Vitoria, donde desfilé y desfilé hasta convertirme
en un perfecto muñeco mecánico. Todos los días bajaba a formar al toque de
diana inmerso en una marabunta enloquecida. La voz de mando bramaba aquello
de “los diez últimos arrestados”, siempre tenía que haber diez últimos, con lo cual,
siempre había diez desgraciados que tenían que contribuir al fregado de perolos
de todas las compañías. Los primeros días, movido por un reflejo absurdo de
rebeldía, bajaba despacio, a un ritmo “racional”. Hasta que entré en el grupo de los
“agraciados” y me arrestaron a cocina. Allí tuve que fregotear toda la vajilla del
mundo bajo las órdenes de un brigada “nazi” que me zarandeaba sin contemplaciones.
Me asignaron el privilegio de lavar los platos de una compañía que se
encontraba en cuarentena por dos casos de meningitis. A partir de aquella experiencia,yo también bajaba las escaleras al toque de corneta empujando a quien se
pusiera por delante y abriéndome paso con los codos. A mis 22 años era de nuevo
un niño asustadizo y amedrentado, un guiñapo que se peleaba por llegar a tiempo
a la formación: una fila de conmovedores espectros en calzoncillos y botas militares
tiritando bajo los rigores del invierno vitoriano.
Tras el numerito de la jura de bandera me destinaron a Donosti y allí fui conociendo
diversos estadios de la degradación humana. No viví en propia carne las
novatadas porque nada más llegar me enviaron a las ya mencionadas maniobras.
Me juré odiar hasta la muerte y ahora soy incapaz de llegar a tanto.
Nuestra incipiente carrera musical quedó interrumpida, era algo con lo que
contábamos. Hacer la mili los tres a la vez era una apuesta por la posible continuidad posterior. Sin embargo, para mi sorpresa, aún en plena mili se produjeron
algunos episodios de nuestra pequeña biografía. A poco volver de aquellas depresivas
maniobras por los Pirineos, recibí un aviso desde el cuerpo de guardia. Me
llamaban de Radio Popular de San Sebastián para una entrevista sobre el primer
single que acabábamos de editar. Los soldados de mi compañía estaban sumidos
en la tristeza y sólo yo salí “de paseo”. Xabier Montoia y Eneko Olasagasti hacían al
alimón un dinámico y muy competente programa de música y aunque trataron
con insistencia de integrarme en un ambiente distendido y cordial, no hubo
manera.
En realidad yo no estaba allí. Supongo que les debí parecer un zombi aquel día,
pero no podía ser de otra manera. Los mensajes de aquellas canciones, mis compañeros
de grupo, la música... todo me parecía una nadería al lado de lo que acababa
de vivir. Ellos me hablaban del “Donosti Sound”, de la “Movida Madrileña”,
de los nuevos aires de la música vasca y yo necesitaba decirles que a pocos kilómetros de allí habían muerto tres personas de la forma más gratuita e impune, que la prensa ni siquiera lo había publicado, que miles de jóvenes estábamos expuestos a la torpeza y la tiranía de un ejército delirante. Por mucho que yo me esforzara ellos no querían oír miserias.
Alguna vez, si el ántrax o las emisiones de CFC no terminan con la humanidad,
la ONU o el gobierno mundial de turno debería organizar “milis” de manera que
todos vivamos, al menos durante unos meses, como habitantes de Burkina Faso,
de Liberia, del Bronx o de Afganistán. Ya me gustaría ver que tipo de artículos harían algunos tras pasar un añito en esas condiciones. ¡Que fácil es decir: “vosotros no tenéis libertad porque no la merecéis, apostáis por una vía errónea, aprended de nosotros los occidentales!” como venía a bramar la mismísima Oriana Falaci,fechas antes de la intervención americana en Afganistán.
Insisto, no pretendo comparar mi mili en Donosti con ciertas condiciones de vida, pero sí creo que es cierto que “nadie escarmienta en cabeza ajena” y que no tener “problemas de estómago”es ya una ideología. Lamentablemente, los diez millones de veces que les oí decir a mis padres que la guerra y el hambre son lo último, tienen mucho menos peso que si pudiera vivir de verdad una simple semanita del 41.
Ya, ya sé. Habrá algún lector que dirá algo así: “¡Joder con el niño!, se queja de
una mili en Donosti, al lado de casa, seguro que tuvo muchos permisos y pudo ver
a su familia y amigos cada dos por tres”. Es cierto, tanto Ernesto como Javi tuvieron
condiciones mucho mas duras que las mías, no lo niego. Sólo el capítulo de las
novatadas del batería (que se chupó catorce meses en Regulares-Melilla) o el mero
hecho de que el bajista se tragó 18 meses en la marina, hacen de mi periplo una
nimiedad. Pero tener tu tierra y tu casa cerca del cuartel también puede añadirle
hierro al asunto. Salir del cuartel con un permiso y dirigirse, por ejemplo, a la universidad, era un ejercicio de auténtica esquizofrenia, era como viajar en el túnel
del tiempo desde el medioevo hasta nuestros días. De pronto, las justas reivindicaciones estudiantiles me parecían lujos de pijos ociosos, el simple hecho de convocar una asamblea sería en el cuartel motivo de castillo militar.
Mi destino durante aquellos meses en Donosti, fue tocar la corneta en la banda
de música. La mayor parte de mis horas transcurrían entre la limpieza de patios y
los ensayos de piezas militares. Cuando el brigada nos dejaba a nuestro aire para
irse a empinar el codo, algunos miembros de la banda, músicos en la “vida civil”
nos divertíamos improvisando con los instrumentos y sacando melodías jazzeras.
No era fácil, la turuta militar apenas ofrece posibilidades y el tambor está diseñado
para estrictos desfiles. Era curioso comprobar lo mal que se tomaba el brigada
esas libertades. Aquel hombrecillo tartamudo y deforme al que era imposible imaginarse en una guerra, no solía enfadarse por nada, y tenía con los músicos una
relación casi paternal. Pero el uso del instrumental militar para hacer otro tipo de
música le sacaba de sus casillas. Sufrí varios arrestos por ello. El más curioso fue
tras una guardia. Acababa de hablar por teléfono con la chica de mis amores y estaba
especialmente afinado. Realicé un toque de “silencio” largo, intenso, vibrante,
sentido desde lo más profundo de mi ser. Estaba tan motivado que sentía como si
aquellas pocas notas, las únicas en todo el repertorio militar con algún atisbo de
sentimiento, estuvieran llegando al corazón de mi tierno amor santurtziarra.
Cuando volví al Cuerpo de Guardia y me introduje en aquella piojosa litera, los
reclutas me felicitaron como si fuera Louis Armstrong. Al día siguiente me comu
nicaron que debía cumplir quince días de “prevención”, es decir debía dejar como
la patena los wáteres más repugnantes que imaginarse pueda. ¿La razón?... no hice
el toque “reglamentario”.
La “turuta”, combinada con un exceso de confianza, terminó por dar con mis
huesos en el calabozo. Era un domingo nublado, como tantos en esta tierra y yo
tenía guardia de corneta. Estaba de Oficial de Guardia una momia a punto de retirar
que nunca ordenaba toques sorpresa. Pasé disimuladamente por su despacho
en un par de ocasiones y lo vi dormitando, con el “Carrusel Deportivo” tronando
en el transistor. Yo llevaba ya mucha mili encima y me creía muy listo. Me fui a la
cantina a llamar por teléfono y me uní a una emocionante timba de mus. Sólo serían
unos minutos. Cuando llevaba un buen rato –imposible precisar, con tanto
“lugumba” encima– observé que un recluta cabezón me llamaba desde la puerta
del bar con cara de alarma y haciendo grandes aspavientos. Al parecer llevaban un
buen rato llamándome por los altavoces. Aquel excombatiente fosilizado había
levantado el culo en algún momento de la tarde y había decidido convocar su primer
toque de “retén” desde el final de la guerra civil. Fui corriendo desde la cantina
hasta el cuerpo de guardia en cuya puerta se adivinaba una silueta en jarras.
Comprendía que mi comportamiento violaba gravemente el reglamento pero algo
muy dentro de mí se negaba a tomar en serio aquella patochada. No sé si por los
“lugumbas” o porqué, pero a medida que la figura de aquel ofuscado oficial se iba
perfilando, me entraban más ganas de reír. Finalmente me cuadré ante él y me
ofrecí para tocar el sacrosanto retén, farfullando alguna disculpa. Sus puños se
cerraron, su expresión se agrió, miró al suelo para no tener que contemplarme y
finalmente me arrancó la corneta de las manos de un furioso tirón. Un minuto después
me hallaba yo en penumbra total, encerrado entre cuatro paredes, sentado
sobre un somier roñoso y oliendo a pises fermentados desde la guerra de Cuba.
Durante quince días, que se me hicieron un siglo, tuve que mear en cajas de leche,
dormir en catres inmundos y convivir con otros mentecatos como yo, aunque
algunos de ellos, creo sinceramente, bastante más trastornados. Allí cogí unos
hongos que de vez en cuando reaparecen para recordarme aquellas entrañables
jornadas de convivencia.
Lo que son las cosas, alguien tan inofensivo como yo, era escoltado en los trayectos
de ida y vuelta al comedor por reclutas que no nos quitaban ojo. Algunos se
metían tan de lleno en el papel que me miraban cual Rambos deseosos de volarme
la tapa de los sesos por canalla. Si alguna vez, trataba de entablar conversación, se
violentaban y miraban para otro lado a la vez que sujetaban con más fuerza el
fusil... al parecer yo era alguien peligroso. Me miraba en el agrietado espejo del urinario
y con aquella barba rala y las ojeras en espiral, veía al mismísimo Charles
Manson. Una chorrada me había llevado a vivir la experiencia de ser tratado como
un criminal. En cierto modo, no me lo creía. Lo vivía como una broma, como un
mal sueño, pero si hubiese echado a correr, es muy posible que aquellos asustados
guardianes me hubieran disparado. En aquel año 82, ETA militar se sentía tan
poderosa que incluso se permitió conceder un mes de plazo a todas las “fuerzas de
ocupación” para abandonar Euskadi. La noticia produjo largas colas ante el teléfono
de batallón. Madres compungidas conminaban a sus vástagos a no salir del
cuartel, a no chutar ningún objeto, a no hablar con extraños. Los propios militares
nos hinchaban la cabeza con angustiosos consejos para actuar en caso de emergencia
y algunos chavales lo pasaban realmente mal en las guardias (eran frecuentes
los paranoicos disparos “a la nada”).
Ahora podría pensarse que mantengo una cierta distancia cínica con aquello,
pero me sentiría traidor conmigo mismo si no constato que allí dentro lloré amarga,
rabiosamente como nunca lo había hecho en mi vida, con la angustiosa sensación
de no poder parar un llanto a borbotones y la seguridad absoluta en que nadie
acudiría en mi consuelo (violines tristes). Entre las brumas lacrimógenas recuerdo
el mensaje que algún predecesor había grabado con rabia en la pared. Correspondía
a la canción “Resistiré” de Barón Rojo: “Contra vuestra corrupción / Surgirá la
reacción / La sangrienta cuenta atrás / Se tendrá que contar”.
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